La intervención consiste en implantar en el cerebro dos electrodos que liberan estímulos eléctricos para modificar la función cerebral afectada, lo que puede regularse mediante un pequeño marcapasos.

La estimulación cerebral profunda se empezó a aplicar en el Sant Pau de forma pionera hace 15 años en enfermos de Parkinson, y después se extendió a pacientes con depresión gracias a sus buenos resultados y a la mejora de las técnicas de neuro-imagen.

Esta trayectoria “ha sido esencial” para dar el salto a la esquizofrenia, patología que afecta a 400.000 españoles; esta enfermedad presenta elevadas tasas de resistencia – de hasta el 40%- y requiere de nuevas alternativas a los fármacos.

De hecho, el perfil indicado para la estimulación cerebral profunda es el de “pacientes con delirios y alucinaciones que han agotado todas las posibilidades terapéuticas”.

La intervención,  que cuesta unos 60.000 euros, dura unas ocho horas y requiere anestesia general y una semana de postoperatorio. Los pacientes deben seguir el mismo tratamiento farmacológico anterior a la intervención, si no, la respuesta no podría atribuirse exclusivamente al neurotransmisor que llevan implantado.